Un buen día, el coche decidió no arrancar y el millonario – y cabreado – propietario llamó al concesionario local para que lo arreglasen. La grúa dañó la pintura y carrocería del coche y para más inri, el problema de arranque no se había solucionado cuando se entregó el coche al propietario. Como las malas prácticas económicas no entienden de fronteras o lenguajes, el distribuidor se lavó las manos e hizo caso omiso de las protestas del propietario, residente en la ciudad china de Qingdao.
